Un feminismo que nació con los esclavos negros de Estados Unidos

                                                               Imagen: Angela Davis






Un dato que pocas personas saben es que el feminismo estadounidense nació en el seno del movimiento antiesclavista y las luchas de liberación negra. Angela Davis aborda esta historia en los primeros capítulos de su libro “Mujeres, Raza y Clase”, de la cual les presentaremos un breve resumen.
Vale la pena recordarla pues existe cierto feminismo blanco, liberal y clasemediero que se niega a alzar la voz por #GeorgeFloyd, el hombre negro asesinado a manos de un policía racista, quien se ha vuelto símbolo de la reciente rebelión civil en Estados Unidos que hoy tiene a Trump escondido en un bunker. No caigamos en los errores trágicos del pasado:

Estados Unidos se construyó sobre el sudor de trabajadorxs migrantes, la explotación de mujeres proletarias y, principalmente, sobre la sangre de lxs esclavos negros en los campos de trabajo forzado. De ahí emanó toda la acumulación de capital que pronto llevó a la burguesía yankee a sus aventuras imperialistas.

En aquella naciente sociedad estadounidense del siglo XIX, ya existían potentes movimientos antiesclavistas. Había dos tipos: los movimientos de los negros esclavizados que se autoorganizaban espontáneamente en las fincas y los conformados por la población blanca que apoyaba la abolición de la esclavitud, a veces llamados movimientos abolicionistas.

Los movimientos abolicionistas estaban integrados principalmente por mujeres blancas de clase media. Las mujeres trabajadoras también prestaron un apoyo decidido a la causa antiesclavista, pero las condiciones económicas de las mujeres de clase media les permitieron mayor actividad política. También participaban hombres progresistas e intelectuales, pero la mayor parte del trabajo militante era sostenido por las mujeres. No era raro tampoco que personas negras emancipadas se integraran a estas organizaciones, como lo hizo el famoso Frederick Douglas.

Las mujeres blancas del movimiento abolicionista fueron grandes aliadas para el pueblo afroamericano. Ellas ofrecieron sus casas y organizaron una ruta de refugios temporales para que lxs negros fugados lograran llegar hasta la frontera con Canadá, lejos de la autoridad de sus amos; a esas casas se les llamaban “estaciones” del “Ferrocarril Clandestino”.

Las mujeres blancas también enseñaron a leer y a escribir a lxs negros de manera clandestina. Algunas incluso abrieron escuelas donde recibían niñas y niños negros, a pesar de estar prohibido y no pocas veces se enfrentaron a la violencia de las turbas racistas que se encolerizaban por esas acciones; el caso de Prudence Crandall en Connecticut es ejemplar.

Esto fue de suma importancia, no solamente porque lxs negros fueron capaces de firmar salvoconductos falsos que les facilitaba la fuga a través del país, sino porque les permitió acceder a conocimientos que tenían vedados por el analfabetismo y que más tarde les darían herramientas para entablar una lucha política de mayor alcance.

Las mujeres blancas también se desarrollaron como grandes oradoras e intelectuales (Harriet Beecher Stowe, autora de “La Cabaña del tío Tom” fue una de esas destacadas abolicionistas). Se habían convertido en destacadas figuras públicas, lo cual pronto chocó con el machismo al interior del movimiento antiesclavista. Eran tiempos en los que las mujeres ni siquiera tenían permitido expresar sus opiniones.

A la mayoría de los hombres blancos, incluso a los más progresistas, no les gustaba el nuevo protagonismo de las mujeres. Ellos querían regresarlas al hogar y a sus roles de esposa.  Con el incremento de obstáculos machistas para entorpecer su camino, las mujeres entendieron que, para seguir aportando a la causa antiesclavista, tenían que ganarse también sus propios derechos políticos. Del seno mismo del movimiento anti-esclavista nació el movimiento por los derechos de las mujeres en la década de 1830.

En una carta fechada en 1837 y dirigida a algunas voceras del movimiento de mujeres, se puede leer:


“El poder de la mujer es su dependencia, que dimana de la conciencia de la debilidad que le ha sido conferida por Dios para su protección”

Con el avance imparable del movimiento por los derechos de las mujeres, algunos líderes masculinos (blancos) del movimiento antiesclavista argumentaban que la causa de las mujeres podría confundir y alejar a las personas interesadas en derrotar el esclavismo y que, palabras más palabras menos, la lucha de las mujeres significaba salirse del camino dividiendo así al movimiento (¡Clásico de clásicos!). Al respecto, Sarah y Angelina Grimke respondieron:


“Puede que afrontar esta cuestión parezca que es salirse del camino. No lo es. Si este año renunciamos a nuestro derecho a hablar en público, el que viene deberemos renunciar a nuestro derecho a escribir, y así sucesivamente ¿Qué puede hacer, entonces, la mujer por los esclavos si ella misma es pisoteada por el hombre y condenada con humillación al silencio?”

La lucha por la emancipación política de las mujeres, surge precisamente de su exclusión del movimiento antiesclavista. El machismo dentro de las organizaciones antiesclavistas detonó la lucha de las mujeres en Estados Unidos.

Es necesario decir que el movimiento por los derechos políticos de las mujeres fue esencialmente impulsado por mujeres blancas y de clase media, pues las mujeres blancas proletarias y las negras estaban dando una lucha más elemental, la lucha por la supervivencia. Sin embargo, estas ya contaban con sus propias formas de organización. No se abordará aquí, pero hay ejemplos de mujeres proletarias organizando huelgas desde 1820 o de mujeres negras dirigiendo rebeliones y fugas de los campos algodoneros. De hecho, Angela Davis las considera las verdaderas pioneras de la lucha de las mujeres.

No obstante, la lucha de las mujeres fue apoyado y bien recibido por el movimiento de liberación negro. De hecho, en la Convención Nacional de Hombres de Color Liberados se pronunció con tres hurras por los derechos de las mujeres. Se trataba de una relación simbiótica entre ambas luchas: las mujeres querían participar de la vida pública lo que les permitía integrarse como militantes en los movimientos antiesclavistas. Las mujeres blancas como las hermanas Grimke y los hombres negros como Frederick Douglas, nunca cayeron en la trampa ideológica de considerar una causa absolutamente más importante que la otra.  Si no que reconocían el carácter dialectico de la relación entre ambas luchas.

Sin embargo, el año de 1848 marcó un quiebre en la poderosa alianza entre la lucha de liberación negra y la lucha de las mujeres. Fue en el famoso Congreso de Seneca Falls, celebrado en ese año, que una parte del movimiento por el derecho de las mujeres adoptó una orientación puramente sufragista, es decir, se enfocó en obtener el derecho de la mujer al voto. La campaña por el voto de la mujer en 1848 aglutinó a muchas blancas que no eran necesariamente anti-esclavistas y a muchas otras que eran abiertamente racistas.

Con el Congreso de Seneca Falls de 1848 se abrió una corriente del movimiento de mujeres que no contemplaba a sus hermanas negras ni tampoco a las obreras, nacieron así los feminismos blancos, burgueses y liberales de los Estados Unidos. Estas contradicciones afloraron en los tiempos posteriores a la guerra civil que enfrentó a los republicanos y a los demócratas.

No es intención de ese texto analizar los bandos de la guerra civil estadounidense, solo mencionaremos que los republicanos del norte representaban a una naciente burguesía industrial, mientras que los demócratas del sur representaban los intereses de los hacendados esclavistas. Ambas clases dominantes se disputaron el proyecto de nación en un tiempo histórico en el que el capital industrial se expandía mundialmente derivado del desarrollo de las fuerzas productivas que provocó la Revolución Industrial.

El bloque de los republicanos del norte, de manera táctica usó la bandera antiesclavista para tratar de hegemonizar a los negros del sur, prometiéndoles la libertad. Un sector de las sufragistas se unió a los republicanos pensando que su recompensa sería el derecho al voto. Sin embargo, una vez ganada la guerra, los republicanos dieron prioridad al voto del hombre negro. Las sufragistas se sintieron traicionadas y esto exacerbo el racismo que ya existía en sus filas.

Elizabeth Cady Stanton, fundadora del Congreso de Seneca Falls, diría en ese entonces:


“Cuando me plantea la pregunta de si estoy dispuesta a que el hombre de color tenga derecho a votar antes que las mujeres, mi respuesta es que no. No le entregaría mis derechos a un hombre degradado y oprimido que sería más despótico con el poder de gobernar de lo que jamás hayan sido nuestros gobernantes anglosajones. Si las mujeres todavía han de ser representadas por hombres, entonces mi opinión es que dejemos llevar las riendas del Estado sólo al modelo más elevado de masculinidad”.

Esta rama del sufragismo es el antecedente histórico de donde descienden algunos feminismos blancos y liberales de Estados Unidos. Su lucha se ha enfocado en que las mujeres de clase alta tengan acceso al ejercicio del poder, sin preocuparse por cambiar las condiciones de explotación capitalista o dominación étnico/racial en otros sectores de la población.

En esa vía, el feminismo liberal ha caído en la trampa de atacar o negar apoyo a otros movimientos por la razón de que son representados por alguna figura masculina, sin que medie ninguna otra consideración de clase-raza. Es una praxis que, contradictoriamente,   beneficia a los grandes varones a costa del conjunto de las clases dominadas. Para colmo, en esas tradiciones, el feminismo liberal a veces ni siquiera se considera las necesidades de las mujeres trabajadoras blancas, ni que decir de las trabajadoras negras o indígenas.

Como nos enseña el caso de la historia de los Estados Unidos, ni las mujeres blancas, ni lxs negros... fueron los varones dueños del capital quienes ganaron. Esto es así porque el racismo y el machismo diluyen el odio de clase. Los trabajadores blancos matando trabajadores negros y, ambos, matando a las mujeres de todos los colores. No hubo mejor escenario posible para la nueva burguesía industrial que terminó por ganar la guerra.

Afortunadamente también se desarrollaron otros feminismos. A inicios del siglo XX surgió un feminismo de trabajadoras entre los partidos socialistas y comunistas, que si bien tenía problemas (más no falta de voluntad) para incluir las demandas raciales de sus hermanas negras, ya articulaban las dimensiones del género y la clase. Algunas de sus militantes y exponentes más destacadas fueron Lucy Parsons, Elle Reeve Bloor, Anita Whitney, Elizabeth Gurley Flynn y Claudia Jones.

Pero el más potente de todos, a nuestro parecer, fue un feminismo emanado desde las mujeres negras trabajadoras que logró articular de manera muy completa una crítica y un programa de lucha contra las distintas formas de dominación patriarcal, explotación capitalista y opresión racial: Género, clase y raza. Un feminismo que se puede resumir en lo dicho por Angela Davis:

“No hay un feminismo, si no muchos. El feminismo eficaz tiene que luchar contra la homofobia, la explotación de clase, raza y género, el capitalismo y el imperialismo”




Mujeres, Raza y Clase
Comité Editorial

Junio 1, 2020

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