El rostro negado




 

La rebelión civil desatada en Estados Unidos por el asesinato de Goerge Floyd ha puesto el tema del racismo en la mesa de debate. En México, por supuesto, la opresión racial es un problema actual. Aprovechamos el momento para compartir partes del texto llamado “El rostro negado” que está incluido en el magnífico libro México Profundo: Una civilización negada, escrito por Guillermo Bonfil Batalla a finales de los 80. Un libro que toda persona nacida en México debería leer. “El rostro negado” nos da pistas para entender el racismo en México, así como problematizar sobre el fenómeno del mestizaje y la desindianización.

 

 

El rostro negado*

Es común afirmar que México es un país mestizo, tanto el biológico como en lo cultural. Desde el punto de vista somático, el mestizaje se advierte, en efecto, en amplios sectores de la población, aunque la intensidad sea variable y predomine en muchos grupos la presencia de rasgos indígenas. Esto puede atribuirse, en primera instancia a la magnitud inicial de la población india, muy superior a la de los contingentes europeos, africanos y de otras procedencias que han tomado parte en el mestizaje. Cabe recordar que se ha estimado una población de 25 millones en el territorio de México en el momento de la invasión europea; y aunque esa cifra disminuyo brutalmente durante las primeras décadas del régimen colonial, al grado de que el país volvió a tener 25 millones sólo en el presente siglo [siglo XX], es evidente que el aporte genético indio constituye el elemento fundamental en la conformación somática de la población mexicana.

Más allá de esta realidad innegable, la predominancia de rasgos indios en las capas mayoritarias de la población y su presencia mucho más restringida en ciertos grupos de las clases dominantes indica que el mestizaje no ha ocurrido de manera uniforme. Estas diferencias resultan de un hecho histórico que marca lo más profundo de nuestra realidad desde hace casi cinco siglos: la instauración de una sociedad colonial, de cuya naturaleza formaba parte necesaria la diferenciación entre los pueblos sometidos y la sociedad dominante. Esta distinción era imprescindible y abarcaba también el contraste racial, porque el orden colonial descansa ideológicamente en la afirmación de la superioridad de la sociedad dominante en todos los términos de comparación con los pueblos colonizados, incluyendo desde luego la superioridad de raza.

El régimen colonial de la Nueva España impuso formalmente la distinción de castas, basada en el peso relativo de los componentes indio, negro y español, y asignó un rango diferente a cada casta, con sus correspondientes derechos, obligaciones y prohibiciones.

El rostro indio de la gran mayoría indica la existencia, a lo largo de cinco siglos, de formas de organización social que hicieron posible la herencia predominante de esos rasgos; tales formas de organización permitieron también la continuidad cultural. Esto fue resultado de la segregación colonial que estableció espacios sociales definidos para la reproducción biológica de la población india e, inevitablemente, para el mantenimiento correspondiente de ciertos ámbitos de su cultura propia.

Una gran parte de la población mestiza mexicana que hoy compone el grueso de la población no india, campesina y urbana, difícilmente se distingue, por su apariencia física, de los miembros de cualquier comunidad que reconocemos indiscutiblemente como india: desde el punto de vista genético, unos y otros son producto del mestizaje en el que predominan los rasgos de origen mesoamericano. Las diferencias sociales entre “indios” y “mestizos” no obedecen, en consecuencia, a una historia radicalmente distinta de mestizaje. El problema puede verse mejor en otros términos: los mestizos forman el contingente de los indios desindianizados.

La desindianización es un proceso diferente al mestizaje: esté último es un fenómeno biológico. La desindianización, en cambio, es un proceso histórico a través del cual poblaciones que originalmente poseían una identidad particular y distintiva, basada en una cultura propia, se ven forzadas a renunciar a esa identidad, con todos los cambios consecuentes en su organización social y su cultura.

La desindianización no es resultado del mestizaje biológico si no de la acción de fuerzas etnocidas que terminan por impedir la continuidad histórica de un pueblo como unidad social y culturalmente diferenciada. Muchos rasgos culturales pueden continuar presentes en una colectividad desindianizada: de hecho, si se observa en detalle el repertorio cultural, la forma de vida de una comunidad campesina “mestiza” tradicional y se compara con lo que ocurre en una comunidad india, es fácil advertir que las similitudes son mayores que las diferencias.

¿Cuál es entonces la diferencia? ¿En  que descansa el hecho de que unos sean indios y otros ya no lo sean? Baste ahora señalar que el proceso de desindinización iniciado hace casi cinco siglos ha logrado, mediante mecanismo casi siempre compulsivos que grandes capas de la población mesoamericana renuncien a identificarse como integrantes de una colectividad india delimitada, que se considera a sí misma heredera de un patrimonio cultural especifico y asume el derecho exclusivo de tomar desiciones en relación con todos los componentes de ese acervo cultural (recursos naturales, formas de organización social, conocimientos, sistemas simbólicos, motivaciones, etc.) Esa es la culminación del proceso de desindianización que, como se anotó, no implica necesariamente la interrupción de una tradición  cultural, aunque sí restringe los ámbitos en que es posible la continuidad y dificulta el desarrollo de la cultura propia.

La discriminación de lo indio, su negación como parte principal de “nosotros”, tiene que ver más con el rechazo de la cultura india  que con el rechazo de la piel bronceada. Se pretende ocultar e ignorar el rostro indio de México, porque no se admite una vinculación real con la civilización mesoamericana. La presencia rotunda e inevitable de nuestra ascendencia india es un espejo en el que no queremos mirarnos.

 

 

Fuente: México Profundo: Una civilización negada. Guillermo Bonfil Batalla.

*Nota: Elegimos los párrafos de “El rostro negado”  que consideramos más importantes. No es el texto completo. Lo hicimos así por razones de difusión y para provocar al lector a buscar el libro completo.


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